CAPÍTULO
1: “ESPERANZA”
Sentada en el autobús de vuelta a casa, Alicia
lloraba en silencio, no podía evitarlo.
Hacía unas horas que se había despedido en el puerto de su marido, Antonio, antes de
subirse éste al barco que lo llevaba a Venezuela.
Cuando perdió de vista el barco, rompió a llorar y desde entonces no había
parado de hacerlo, pero al mismo tiempo,
sentía un cierto alivio pues pronto iría
ella también.
Lo habían
hablado muchas veces, la única solución para mejorar económicamente era esa:
emigrar, como tanta gente había hecho ya en el pueblo. Hacía más muchos años que se había acabado la guerra pero no era
fácil salir adelante en un pueblo pequeño como el suyo.
Se secó las
lágrimas antes de bajarse del autobús y por el camino que la llevaba a casa
puso su mejor sonrisa y así la recibieron los niños y sus suegros, Rafael y
Sara, con los que vivían desde que se habían casado.
- No vamos a llorar ¿eh? Sabéis
que papá os quiere mucho y va a escribir en cuanto llegue allá.
A partir de entonces, puso todo su pensamiento en el
día que Antonio la llamase para ir con él. Adoraba a sus tres hijos, sin ellos
no podría vivir, pero tampoco podía hacerlo sin Antonio, sin él no era nada, llevaban
casados más de nueve años y nunca se habían separado un solo día.
Esperaba con ilusión las cartas que iban llegando
todos los meses, en ellas Antonio hablaba de su trabajo, de cómo le había
ayudado su amigo Claudio. Éste llevaba en Venezuela varios años y fue quien le
animó para que emigrase, comprometiéndose
a ayudarle y así lo había hecho.
Poco a poco había iba pasando el tiempo,
demasiado lentamente para Alicia. Al
cabo de un año la familia de Alicia había mejorado mucho
económicamente, todos los meses llegaba una carta de Antonio con dinero, mucho
dinero que les permitía vivir con holgura y ahorrar. Por el contrario, Antonio
no le hablaba de cuando se iba a marchar ella.
Alicia empezó a preocuparse cuando comenzaron a
ser cada vez más escasas las cartas de
su esposo y era muy extraño que, al mismo tiempo que el número de cartas se
reducía, la cantidad de dinero que enviaba, era mayor.
- ¿Qué está pasando Antonio? – le preguntaba Alicia
en sus cartas.
Antonio callaba siempre a esas preguntas y ella
notaba mucha frialdad en sus palabras. Algunas veces le comentaba que aquel país era peligroso,
sobre todo para las mujeres, pero a Alicia le parecían disculpas para que ella
no fuese. Sabía que en el pueblo emigraban muchas mujeres a Venezuela y sus
familias hablaban de lo contentas que estaban.
Alicia miró el calendario, hacía exactamente dos
años que se había marchado Antonio y casi un año que no había vuelto a
escribir. No los podía haber olvidado en ese tiempo, Antonio quería a su
familia y precisamente por ellos se había ido.
- Quizás está enfermo - decía Sara, la madre de Antonio, preocupada
por la falta de noticias.
- Si fuese así, nos lo diría su amigo
Claudio, además, no podría enviar dinero y menos en la cantidad que llega - contestaba Rafael, su padre.
Alicia no lo pensó más: había llegado el momento de
irse, a pesar de que Antonio ni siquiera se lo había insinuado. Habló con sus
suegros, ellos tendrían que cuidar a los niños en su ausencia, pero necesitaba
saber qué estaba pasando. Rafael y Sara comprendieron que tenía razón y la
animaron a marcharse. Escribió a su marido una breve carta para informarle del
día de su llegada a Venezuela, sólo unas letras, sin más explicaciones. Estaba
enfadada con él y no lo disimulaba, tan solo le pedía que fuese a recibirla al
puerto.
A la semana
siguiente zarpaba en el barco con
destino a Venezuela. Le esperaban muchos días de travesía, tenía tiempo para
pensar en cómo la recibiría su marido, y
no sabía muy bien cual sería su
propia reacción al verlo.
Había soñado
con aquel viaje muchas veces: Antonio le buscaría un trabajo y después de una travesía feliz volverían a
estar juntos. Pero ahora la realidad era
muy distinta…
A las dos semanas de haber partido, llegaba el barco
a puerto. Alicia procuraba tranquilizarse pero no era posible, no sabía si
Antonio estaría allí para recibirla. ¿Y
si no era así? ¿Qué haría? Llegaba a un país
extranjero donde no conocía a nadie.
Al salir de la aduana lo vio ¡estaba allí! Avanzó despacio, mientras
Antonio esperaba a recibirla con su
mejor sonrisa. La abrazó con fuerza.
- Querida ¡Qué sorpresa me has dado! Has hecho bien
en venir.
Con una mano agarró la maleta de su esposa y con la
otra la rodeó por la cintura mientras la besaba repetidamente.
- Vamos a casa cariño, tenemos mucho que hablar- dijo Antonio.
¿Cariño? ¿Le había llamado cariño? Jamás la llamó
así, no era costumbre en el pueblo, o al menos entre ellos. Alicia apenas podía hablar, Antonio no
era el mismo; aunque también era cierto que llevaba casi tres años sin verlo,
pero estaba diferente. Se fijó en lo elegante que vestía, llevaba un traje gris
claro, usaba sombrero.
Todo era muy raro, se repetía Alicia una y otra vez.
Subieron al coche, Antonio no paraba de hablar, preguntando por los niños, sus
padres, el trabajo. La desconcertaba por
completo, parecía como si hubiesen
mantenido correspondencia hasta ayer mismo.
¿Aquel hombre elegante conduciendo un lujoso coche
era su marido?, siempre había sido muy guapo pero ahora… Ahora era tan
atractivo como los actores que había visto en el cine y su corazón dio un
vuelco ¿había otra mujer? No, no, eso no. Además no la recibiría tan
cariñosamente si fuese así. Antonio no era de esos hombres que abandonan a
su familia.
- Estás muy callada, supongo que será por el
cansancio, pronto llegaremos a casa - dijo él dulcemente, al mismo tiempo que la
miraba.
- Si, estoy muy cansada.
Iban dejando atrás la ciudad y el paisaje cambiaba,
ya apenas había casas, era todo campo, torcieron por una pequeña carretera y se fijó en un letrero que rezaba: HACIENDA ESPINOSA.
- ¿Es aquí
donde trabajas? - Preguntó Alicia.
- Trabajo en la ciudad pero mi jefe me cedió una pequeña casita por
la que no pago alquiler.
Efectivamente, aparcó delante de una casita, aunque
Alicia diría que era una vieja cabaña. Dentro había una cocina con una mesa y
tres sillas y en un rincón, un camastro
y un armario, todo estaba limpio, supuso que
Antonio lo había adecentado para cuando ella llegase. Antonio se sentó
en la cama y le pidió a ella que se sentara a su lado. De pronto se puso serio
y dijo:
- Tengo que
contarte como es aquí mi vida: trabajo en la ciudad y en casa apenas estoy. Soy
el chófer de un hombre muy importante y
tiene empresas por todo el país lo que implica que casi siempre estoy viajando.
Por ese motivo no te busqué un trabajo, pues estarías casi siempre sola y en
esta hacienda todos son hombres.
- ¿Por qué
dejaste de escribir? – Preguntó Alicia-
Antonio bajó la mirada:
- Perdóname,
no sabría explicarlo bien.
- ¿Te has
olvidado de nosotros?
- No, no,
claro que no. ¿Acaso no has recibido el dinero?
- Sí, sólo
dinero, pero ninguna carta tuya – contestó ella entre sollozos.
Él cogió las manos de su mujer y le dijo que esa noche tenía que salir de
viaje, su patrón era muy exigente y no admitía explicaciones de la vida
personal de sus empleados.
Mientras ella deshacía la maleta, Antonio preparó algo para cenar, parecía contento, en
cambio Alicia, pensativa, no sabía qué pensar de su marido. Durante la cena
Antonio dijo que volvería a la mañana siguiente y ya no
estaría sola nunca más.
- A partir de mañana empieza una nueva vida para los
dos, ahora descansa cariño, debes de estar agotada.
Le dio un beso en la frente y se despidió saliendo
apresuradamente. Alicia quedó allí sola, se dio cuenta de que en realidad no
sabía dónde se encontraba y sintió miedo.
Al lado de la cama había una puerta que daba a un
baño muy rudimentario, consistía simplemente en un retrete y una ducha. Se
aseguró que la puerta y las ventanas estuviesen bien cerradas, se quitó la ropa,
se duchó y a continuación se acostó en el camastro. Pensó en el beso que
Antonio le había dado, no se besa en la frente a una esposa… pero estaba
demasiado cansada para pensar con claridad y se durmió con la esperanza de que
al día siguiente todo cambiase: estaría con él y ya no tendría miedo.
A la mañana siguiente se despertó con hambre y
preparó un buen desayuno, Antonio había dejado
una buena provisión de alimentos. Saciado su apetito, se aseó, escogió
un vestido bonito, se sentó a la puerta de la casa y se dispuso a esperar a su
marido, que no debería tardar en llegar.
Miró el reloj, ya pasaba de las dos de la tarde y
Antonio no había llegado, temió que le hubiese ocurrido algo, pero pensó que si
fuese así alguien la avisaría. Se inquietó:
- ¿Y si nadie sabe que estoy aquí?
A mediodía, apenas comió un poco de queso y algo de
pan que había en la mesa, cada vez
estaba más intranquila. A media tarde
oyó el ruido de un coche y salió a toda
prisa.
- ¡Al fin
llegaba Antonio! –pensó.
De una
camioneta bajó un hombre joven, se dirigió a ella y preguntó:
- ¿Es usted la esposa de Don Antonio?
Intranquila, Alicia contestó que sí. El hombre se
acercó y dijo con acento caribeño:
- Don Antonio
me manda le diga que es imposible pueda
venir hoy pues se encuentra de viaje, llegará mañana a la mañana sin falta y le
ruega le perdone usted.-
- ¿Ha estado usted con mi esposo? - preguntó Alicia.
- No señora, ha mandado aviso por teléfono a la
oficina y de allí vengo yo para decírselo a usted.
Alicia le dio las gracias a aquel joven, entró en la
casa y rompió a llorar. Estaba sola, tenía miedo, Antonio no venía y volvió a
preguntarse:
- ¿Qué esta pasando Antonio?-
Alicia ya estaba tomando café de la mañana siguiente
cuando él llegó, pero esta vez no se levantó
al oír el ruido del motor del coche.
- Buenos días cariño, perdóname por no venir ayer,
pero el viejo se demoró y fue
imposible llegar antes.
Alicia supuso que “el viejo” era su jefe.
- Perdóname, te lo
ruego, te recompensaré por todo, te lo prometo- se disculpó Antonio.
De nuevo, la besó en la frente y salió de la casa,
no tardó en volver con una caja con un
gran lazo.
Alicia, en todo este tiempo no se había movido del asiento ni dicho una sola palabra.
Antonio le pidió que abriese la caja y ella lentamente se levantó, le quitó el
lazo y, sacó un precioso vestido negro de encaje, había también un chal a
juego, un bolso y unos zapatos.
Lejos de sentirse halagada, Alicia sintió vergüenza.
En realidad ya la había sentido el mismo día de su llegada al verlo con ese
traje tan elegante. Seguramente estaría acostumbrado a ver
mujeres hermosas, con ropas y peinados
modernos. Ella, por el contrario,
vestía como una pueblerina, su ropa era anticuada y el pelo recogido en la nuca
tampoco ayudaba.
- Tendré que renovar el vestuario e ir a la
peluquería- pensó.
Por primera vez desde que llegó sonreía a su marido,
y Antonio dijo feliz:
- Pasaremos aquí todo el día, los dos solos y a la noche saldremos a
cenar a un bonito restaurante, hoy empieza una nueva vida para los dos.
Fue un día muy feliz, Antonio no cesaba de preguntar por los niños, sus
padres, quería que le contase hasta el más
mínimo detalle. Él también le habló de su trabajo y de su jefe:
- Un gruñón muy rico- bromeó.
Pasearon por la hacienda abrazados como dos enamorados.
Alicia deseaba hacer muchas preguntas pero, no se atrevió, quizás él le daría
explicaciones de su mal comportamiento.
Ahora con su llegada cambiaría todo.
A la noche se arregló para salir a cenar, se puso aquel precioso vestido, le quedaba perfecto, recogió el pelo en un coqueto moño
y se pintó los labios.
- ¡Estás
preciosa! - exclamó Antonio tras un
silbido.
- ¿Cómo has sabido mi talla?
- Fácil, hice que se lo probase una empleada de la
tienda casi más flaca que tú - dijo
riendo.
Era cierto, había adelgazado mucho en los últimos
meses. De nuevo sintió vergüenza.
Cogió el pequeño bolso y subieron al coche.
- Cenaremos temprano y después te enseñaré la
ciudad, de noche es aún más bonita- dijo él.
En el restaurante Antonio eligió el menú por los dos, estaba muy contento y le cogía la mano de vez en cuando diciéndole lo feliz que
estaba de tenerla allí con él. Alicia seguía callando sus preguntas: no quería romper el encanto de aquella noche, como
no había querido hacerlo durante todo el día. Ya tendrían tiempo para explicaciones
más adelante.
Salieron del restaurante y dieron un largo paseo,
Alicia se sintió cansada, nunca había caminado con unos tacones tan altos.
- Volveremos por el coche y regresaremos a casa - dijo él-
A la salida de la ciudad, Antonio paró el coche
junto a un puente, se apeó y abrió la puerta de Alicia invitándola a bajarse
ella también.
- Ven, cariño, desde aquí hay una hermosa vista de
la ciudad y también verás el río.
Miró desde el puente, era cierto: bajo sus pies corría un río que supuso muy caudaloso por el ruido del agua aunque apenas se veía
nada. A lo lejos vislumbró las luces de la ciudad.
- ¿No es mejor verlo de día? Podemos volver mañana- preguntó cansada.
Antonio la cogió por la cintura y la sentó en la
barandilla del puente.
Fue una excusa para estar solos, este puente es muy
romántico - dijo él.
Alicia reía feliz, mientras Antonio la besaba por
primera vez con pasión. Por un momento le pareció que lloraba… Sí, Antonio tenía los ojos llenos de lágrimas y mirándola
a los ojos, dijo:
- Lo siento, Alicia, lo siento mucho, perdóname.
Fue todo muy rápido. No tuvo tiempo a reaccionar,
cuando se dio cuenta, Alicia ya estaba sumergida en las aguas de aquel río que
hacía un minuto divisaba desde el puente. ¡Antonio la había cogido por las piernas y
empujado! Cuando por fin logró volver a la superficie, nadó con fuerza en dirección a la orilla hasta
alcanzar un arbusto bajo el puente. Se quedó muy quieta y en un acto casi
irreflexivo, llena de pánico esperó a que Antonio arrancase el motor del coche
y se fuese. Fueron unos minutos interminables, no podía creer lo que había
pasado: su marido al que tanto amaba había querido… no, no podía ser, pero… ¡Sí! la había tirado al agua,
quería deshacerse de ella. Nadó hasta la orilla y agarrándose a otros arbustos
logró, no sin dificultad, subir a la carretera.
Temblando de frío y miedo, se sentó en la acera ¿qué
iba a hacer? Su marido la creía en el fondo del río, estaba en un país desconocido.
Aquello no estaba pasando, solo era una pesadilla de la que despertaría pronto-
pensaba aturdida. Pero no, era una realidad brutal. Pensó en sus hijos, tan
lejos y ajenos a lo que estaba pasando. No entendía nada, no podía pensar con
claridad, todo sucedía muy rápido. Pero que ocurría en la vida de Antonio para
desearla muerta, era evidente que ella suponía un estorbo para él ¿por qué motivo? ¿Otra mujer?
- Fue un error salir del río –pensó.
Se disponía a saltar del puente abajo cuando unos brazos la agarraron y la bajaron
al suelo:
- ¡No, no, no haga eso!
Era un desconocido, un hombre con una sorprendente
dulzura la sujetaba fuertemente.
- Esa no es la solución a los problemas por muy difíciles que sean.
Alicia no podía articular una sola palabra, sólo
temblaba y miraba fijamente a aquel hombre que con una cálida voz le decía:
- Señora,
está usted muy nerviosa, la llevaré a mi casa, no tema, puede confiar en mí,
necesita quitarse esa ropa mojada y descansar.
¿La ropa mojada? Pensó el hombre ¿cómo es posible si
no se había tirado al agua todavía? Nada le preguntó al respecto, le ayudó a subir al coche y se dirigieron a su casa.
Alicia se dejaba llevar, ya todo le daba igual. Sentía un gran dolor, pero no
era dolor físico, apenas se había hecho unos rasguños, lo que le dolía era él,
su marido.
- Antonio, Antonio- susurraba débilmente, y se desvaneció.
Se despertó en una cama de una habitación que no
conocía, recordó lo que había sucedido e
intentó levantarse. Allí estaba de nuevo aquel hombre que la había rescatado en
el puente. Con él estaba una mujer, los dos le sonreían y trataron de calmarla.
El hombre se sentó en la cama:
- No se asuste señora, solo queremos ayudarla, me
llamo Leonardo y ésta es mi hermana Gladys, ella fue quien le quitó la ropa
mojada y la metió en la cama con ayuda de Cloe, la chica de servicio.
Leonardo seguía intrigado por qué la ropa de aquella
joven estaba mojada.
- Bueno,
ya ella nos contará –pensó.
- Cloe le traerá el desayuno ahorita mismo - dijo Gladys - la mujer tenía la voz cálida y suave como su
hermano. A Alicia le pareció buena gente y mirando a Leonardo, dijo con
tristeza:
- No debió
usted salvarme, estaba mejor en el fondo del
río.
- ¡No diga
eso! - contestó Gladys muy dulcemente- la vida siempre vale la pena vivirla.
Cloe entró con el desayuno. Olía muy rico, a café
recién hecho, pero Alicia les dijo no tener apetito, aunque entre los dos
hermanos la animaron a comer. Después de asegurarse de que había comido algo, Leonardo
se disculpó, tenía que atender a su trabajo, volvería a la hora de comer, su
hermana y Cloe la atenderían.
- Por cierto ¿Cómo se llama usted? Preguntó Gladys.
- Alicia, me
llamo Alicia- contestó.
- Usted no es
venezolana ¿cierto? Lo digo por el acento- volvió a preguntar Gladys.
- Soy
española - dijo con apenas un hilo de voz.
- Descanse
todo lo que quiera, no me moveré de su lado.
Se despertó a mediodía, su ropa estaba en una silla
y Gladys le preguntó si deseaba levantarse, Alicia asintió con la cabeza. La
buena mujer le indicó que podía darse un
baño antes de comer si lo deseaba.
- Me gustaría mucho, lo necesito, gracias- dijo
Alicia.
Acostada en la bañera, pensó que se estaba
comportando mal con aquella gente que la estaba ayudando y en cambio ella
apenas les había contestado cuando le
hablaban, pero sólo tenía ganas de
llorar, sentía una pena infinita y solo pensaba en Antonio y todo lo sucedido.
El baño la relajó lo suficiente como
para pensar con más claridad y lo primero que tenía que hacer era hablar con
los dos hermanos y explicarles lo que había ocurrido.
Al llegar Leonardo a casa, fue a la habitación para
interesarse por ella, Alicia miraba por la ventana:
- Se la ve a
usted mucho mejor, Alicia, vayamos al
comedor.
Ya en la mesa, Alicia les habló:
- Quiero pedirles perdón por mi comportamiento con
ustedes, pensarán que soy una maleducada y, también darles las gracias por todo
lo que hacen por mí.
Los hermanos vieron como Alicia estaba a punto de
echarse a llorar:
- No tiene que disculparse querida, lo hacemos
gustosos, considérese en su casa y hable sólo cuando usted lo desee - era Gladys quien hablaba.
Alicia, ya más serena se fijó en ella, era una mujer
hermosa, de grandes ojos negros y
piel morena, bronceada por el fuerte sol de aquel país. Era también
elegante, se le notaba en los gestos y en la forma de hablar. Lo mismo opinaba
de Leonardo, se parecían mucho y era
atractivo, muy atractivo y muy alto, tendría sobre unos cuarenta y su hermana parecía algo mayor que él. Pensó
en ella misma, tenía treinta y cinco años y aparentaba más edad que ellos. Eran
muy educados y supuso que no le harían
ninguna pregunta, esperarían a que ella
quisiese hablar.
Tomaron el café en el saloncito contiguo al comedor
y Alicia aprovechó ese momento para
narrarles lo sucedido:
- Voy a contarles lo que me ha pasado.
Los dos hermanos se miraron y Gladys le dijo
dulcemente:
- No tiene por que hacerlo si no lo desea, es pronto
y quizás le duela recordar.
Alicia levantando un poco la cabeza, dijo con
amargura:
- No se preocupe por eso Gladys, duele siempre, no
puedo pensar en otra cosa que en lo sucedido.
Les habló de su vida en España, de sus tres hijos,
de Antonio y del motivo por el que había venido ella aquí. Con voz triste
comenzó a narrar todo desde que descendió del barco hasta el momento en que
Leonardo la salvó en aquel puente.
- Ahora comprendo el motivo de tener la ropa mojada antes de saltar al agua, eso me
intrigaba - pensó Leonardo en voz alta.
Gladys al oír
tan triste relato dejó la taza de café sobre la mesa y sentándose al lado de Alicia, la abrazó llorando:
- Pobre Alicia,
cuánto debe de sufrir usted.
- Aquí está
segura, vivirá con nosotros y poco a poco hallaremos una solución a sus
pesares. No está sola, Alicia – dijo Leonardo intentando tranquilizarla.
- ¿Qué
motivos pude tener un esposo para intentar deshace…?
- ¡Gladys! - exclamó su hermano.
- No se preocupe, Leonardo- dijo Alicia y
dirigiéndose a Gladys continuó:
- ¿Qué motivo tendría para deshacerse de mí? No lo
sé, al principio, pensé que no le irían bien las cosas, que tal vez malvivía en
aquella casucha a la que me llevó y le daría vergüenza, pero no creo que sea
eso, por que nos enviaba mucho dinero.
Lo cierto es que no sé que pensar.
- Alicia ¿podemos hablar sinceramente?- preguntó
Leonardo.
- Por supuesto, merecen saber toda la verdad.
Volvió a preguntar el hombre:
- ¿Ha pensado que puede haber otra mujer?
- Ahora eres tú el indiscreto, querido hermano- dijo Gladys.
Alicia sonreía tristemente:
- Fue lo primero que pensé cuando dejó de
escribirnos y por eso decidí venir, para saber qué estaba pasando.
Después de un largo silencio Alicia volvió a hablar:
- Pero si ese es el motivo, podíamos hablarlo, me
conoce bien, yo regresaría a España junto a mis hijos, él sabe que no lo
contaría nada a nadie sobre su vida aquí.
- No se torture más –dijo Leonardo- como le he dicho antes, encontraremos una
solución, ahora descanse, lo necesita.
En ese momento entró Cloe con más café y entre
sollozos, dijo:
- ¿Desean más
café los señores?
- Cloe, Cloe,
no se escucha detrás de las puertas- le
regañó Gladys.
La joven rompió a llorar y salió del salón
avergonzada, Leonardo se disculpó:
- Perdónela, es buena chica, pero muy curiosa y usted
para ella es todo un misterio.
Los tres rieron.
Con el transcurrir de los días, Alicia pudo
comprobar que Cloe era una joven dulce y buena, que debía de sentir por ella
una gran pena al saber su historia y se desvivía por atenderla. Alicia pensó
que la bondad de los dos hermanos debía de ser contagiosa. Sonrió. Si, Alicia
empezaba a esbozar alguna sonrisa. Llevaba una semana en aquella
casa, cuando Gladys le comentó:
- Alicia, necesita usted comprar ropa, a la tarde
iremos de compras, ¿le parece?
Era cierto, sólo tenía el vestido negro que le había comprado Antonio y todos aquellos días le había prestado Gladys su ropa, también
estaba sin documentación ni dinero pues
su bolso había quedado en el coche de su marido aquel horrible día.
- Siento las molestias que les estoy causando, pero les prometo que
algún día, no sé cuando, pero les pagaré todo lo que hacen por mí- dijo Alicia mirando a Gladys a los ojos.
- No tiene nada que pagar, usted necesita ayuda y
nosotros lo hacemos gustosos- contestó
la buena mujer.
De repente, Alicia sintió pánico:
- Gladys, no puedo salir de casa, tengo miedo.
- ¿Miedo de qué, hija? Preguntó Gladys asustada.
- Quizás tenga la mala suerte de que me vea mi
marido- contestó mientras se sentaba en un sillón y temblando continuó- soy incapaz de salir de casa, no puedo.
- Alicia la ciudad es muy grande, es difícil que
pueda encontrarla su esposo- Gladys trataba de tranquilizarla- haga un
esfuerzo, no va a encerrarse en casa, no es bueno.
- No puedo, no puedo- repetía Alicia sin dejar de
temblar.
- En ese caso, iré yo sola y le compraré todo lo
necesario ¿le parece, Alicia? Pero tendrá que confiar en mi criterio- le sonrió Gladys.
- Seguro que todo estará bien, perdóneme Gladys- contestó
mientras se encogía en el sillón y
bajaba la vista, avergonzada.
Estaba en su dormitorio terminando de vestirse
cuando llamaron a la puerta, era Cloe, llevaba un jarrón con
preciosas flores- siempre tenía
flores frescas en su habitación-
- Que hermosa está señora Alicia, ese traje le queda divino- dijo Cloe sinceramente.
- Buenos días Cloe y gracias, siempre eres muy
amable.
Cuando la joven salió, se miró en el espejo y
comprobó que era verdad, estaba guapa, Gladys le había surtido el armario de
ropa maravillosa que naturalmente ella nunca había tenido, una
peluquera vino a casa y le cortó el pelo tal y como estaba de moda, incluso
había comenzado a maquillarse, por no contrariar a Gladys, pues ella seguía sin poder salir de casa.
- Nada que ver con la pueblerina de cuando llegué- pensó, mientras
se miraba en el espejo una y otra vez.
Pero aquella “pueblerina” tenía ilusión y esperanza-
se dijo a si misma- ahora estoy muerta por dentro, por muy hermosa
que luzca por fuera. Pensaba en sus hijos, dudaba si debía escribirles,
desconocía que noticias tendrían de ella
y a sus suegros, Sara y Rafael ¿qué les
habría contado su hijo?
Leonardo había dicho que investigaría a Antonio, trataría de encontrarlo para después
actuar en consecuencia. Alicia le dio todos los datos que tenía sobre su
marido, es decir, el domicilio a donde
ella enviaba las cartas y el nombre de
la hacienda en la que había estado, eso era todo lo que ella sabía.