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miércoles, 12 de abril de 2017

PRIMER CAPÍTULO DE "NO ME PREGUNTES ESO"





CAPÍTULO 1: “ESPERANZA”

Sentada en el autobús de vuelta a casa, Alicia lloraba en silencio, no podía evitarlo.
Hacía unas horas que se había despedido  en el puerto de su marido, Antonio, antes de subirse  éste al barco que lo llevaba a Venezuela. Cuando perdió de vista el barco, rompió a llorar y desde entonces no había parado de hacerlo, pero  al mismo tiempo, sentía un cierto alivio pues  pronto iría ella también.
 Lo habían hablado muchas veces, la única solución para mejorar económicamente era esa: emigrar, como tanta gente había hecho ya en el pueblo. Hacía más muchos años  que se había acabado la guerra pero no era fácil salir adelante en un pueblo pequeño como el suyo.
 Se secó las lágrimas antes de bajarse del autobús y por el camino que la llevaba a casa puso su mejor sonrisa y así la recibieron los niños y sus suegros, Rafael y Sara, con los que vivían desde que se habían casado.
- No vamos a llorar ¿eh?  Sabéis  que papá os quiere mucho y va a escribir en cuanto llegue allá.
A partir de entonces, puso todo su pensamiento en el día que Antonio la llamase para ir con él. Adoraba a sus tres hijos, sin ellos no podría vivir, pero tampoco podía hacerlo sin Antonio, sin él no era nada, llevaban casados más de nueve años y nunca se habían separado un solo día.
Esperaba con ilusión las cartas que iban llegando todos los meses, en ellas Antonio hablaba de su trabajo, de cómo le había ayudado su amigo Claudio. Éste llevaba en Venezuela varios años y fue quien le animó para que emigrase, comprometiéndose  a ayudarle y así lo había hecho.
Poco a poco había iba pasando el tiempo, demasiado  lentamente para Alicia. Al cabo de  un año  la familia de Alicia había mejorado mucho económicamente, todos los meses llegaba una carta de Antonio con dinero, mucho dinero que les permitía vivir con holgura y ahorrar. Por el contrario, Antonio no le hablaba de cuando se iba a marchar ella.
Alicia empezó a preocuparse cuando comenzaron a ser  cada vez más escasas las cartas de su esposo y era muy extraño que, al mismo tiempo que el número de cartas se reducía, la cantidad de dinero que enviaba, era mayor.
- ¿Qué está pasando Antonio? – le preguntaba Alicia en sus cartas.
Antonio callaba siempre a esas preguntas y ella notaba mucha frialdad en sus palabras. Algunas veces  le comentaba que aquel país era peligroso, sobre todo para las mujeres, pero a Alicia le parecían disculpas para que ella no fuese. Sabía que en el pueblo emigraban muchas mujeres a Venezuela y sus familias hablaban de lo contentas que estaban.


Alicia miró el calendario, hacía exactamente dos años que se había marchado Antonio y casi un año que no había vuelto a escribir. No los podía haber olvidado en ese tiempo, Antonio quería a su familia y precisamente por ellos se había ido.
- Quizás está enfermo -  decía Sara, la madre de Antonio, preocupada por la falta de noticias.
- Si fuese así, nos lo diría su amigo Claudio, además, no podría enviar dinero y menos en la cantidad que llega -  contestaba Rafael, su padre.
Alicia no lo pensó más: había llegado el momento de irse, a pesar de que Antonio ni siquiera se lo había insinuado. Habló con sus suegros, ellos tendrían que cuidar a los niños en su ausencia, pero necesitaba saber qué estaba pasando. Rafael y Sara comprendieron que tenía razón y la animaron a marcharse. Escribió a su marido una breve carta para informarle del día de su llegada a Venezuela, sólo unas letras, sin más explicaciones. Estaba enfadada con él y no lo disimulaba, tan solo le pedía que fuese a recibirla al puerto.
A  la semana siguiente  zarpaba en el barco con destino a Venezuela. Le esperaban muchos días de travesía, tenía tiempo para pensar en cómo la recibiría su marido, y  no sabía muy bien cual sería  su propia reacción al verlo.
Había soñado  con aquel viaje muchas veces: Antonio le buscaría un trabajo  y después de una travesía feliz volverían a estar juntos. Pero  ahora la realidad era muy distinta…
A las dos semanas de haber partido, llegaba el barco a puerto. Alicia procuraba tranquilizarse pero no era posible, no sabía si Antonio  estaría allí para recibirla. ¿Y si no era así? ¿Qué haría? Llegaba a un país  extranjero donde no conocía a nadie.
Al salir de la aduana lo  vio ¡estaba allí! Avanzó despacio, mientras Antonio  esperaba a recibirla con su mejor sonrisa. La abrazó con fuerza.
- Querida ¡Qué sorpresa me has dado! Has hecho bien en venir.
Con una mano agarró la maleta de su esposa y con la otra la rodeó por la cintura mientras la besaba repetidamente.
- Vamos a casa cariño, tenemos mucho que hablar-  dijo Antonio.
¿Cariño? ¿Le había llamado cariño? Jamás la llamó así, no era costumbre en el pueblo, o al menos entre  ellos. Alicia apenas podía hablar, Antonio no era el mismo; aunque también era cierto que llevaba casi tres años sin verlo, pero estaba diferente. Se fijó en lo elegante que vestía, llevaba un traje gris claro, usaba sombrero.
Todo era muy raro, se repetía Alicia una y otra vez. Subieron al coche, Antonio no paraba de hablar, preguntando por los niños, sus padres, el  trabajo. La desconcertaba por completo, parecía como si  hubiesen mantenido correspondencia hasta ayer mismo.
¿Aquel hombre elegante conduciendo un lujoso coche era su marido?, siempre había sido muy guapo pero ahora… Ahora era tan atractivo como los actores que había visto en el cine y su corazón dio un vuelco ¿había otra mujer? No, no, eso no. Además no la recibiría tan cariñosamente si fuese así. Antonio no era de esos hombres que abandonan a su  familia.
- Estás muy callada, supongo que será por el cansancio, pronto llegaremos a casa -  dijo él dulcemente, al mismo tiempo que la miraba.
- Si, estoy muy cansada.
Iban dejando atrás la ciudad y el paisaje cambiaba, ya apenas había casas, era todo campo, torcieron por una pequeña carretera  y se fijó en un letrero que  rezaba: HACIENDA ESPINOSA.
-  ¿Es aquí donde trabajas? -  Preguntó Alicia.
- Trabajo en la ciudad  pero mi jefe me cedió una pequeña casita por la que no pago alquiler.

Efectivamente, aparcó delante de una casita, aunque Alicia diría que era una vieja cabaña. Dentro había una cocina con una mesa y tres sillas y en un  rincón, un camastro y un armario, todo estaba limpio, supuso que  Antonio lo había adecentado para cuando ella llegase. Antonio se sentó en la cama y le pidió a ella que se sentara a su lado. De pronto se puso serio y dijo:
- Tengo  que contarte como es aquí mi vida: trabajo en la ciudad y en casa apenas estoy. Soy el chófer de un  hombre muy importante y tiene empresas por todo el país lo que implica que casi siempre estoy viajando. Por ese motivo no te busqué un trabajo, pues estarías casi siempre sola y en esta hacienda todos son hombres.
-  ¿Por qué dejaste de escribir? – Preguntó Alicia-
Antonio bajó la mirada:
-  Perdóname, no sabría explicarlo bien.
-  ¿Te has olvidado de nosotros?
-  No, no, claro que no. ¿Acaso no has recibido el dinero?
-  Sí, sólo dinero, pero ninguna carta tuya – contestó ella entre sollozos.
Él cogió las manos de su mujer  y le dijo que esa noche tenía que salir de viaje, su patrón era muy exigente y no admitía explicaciones de la vida personal de sus empleados.
Mientras ella deshacía la maleta, Antonio  preparó algo para cenar, parecía contento, en cambio Alicia, pensativa, no sabía qué pensar de su marido. Durante la cena Antonio  dijo que  volvería a la mañana siguiente y ya no estaría sola nunca más.
- A partir de mañana empieza una nueva vida para los dos, ahora descansa cariño, debes de estar agotada.
Le dio un beso en la frente y se despidió saliendo apresuradamente. Alicia quedó allí sola, se dio cuenta de que en realidad no sabía dónde se encontraba y sintió miedo.
Al lado de la cama había una puerta que daba a un baño muy rudimentario, consistía simplemente en un retrete y una ducha. Se aseguró que la puerta y las ventanas estuviesen bien cerradas, se quitó la ropa, se duchó y a continuación se acostó en el camastro. Pensó en el beso que Antonio le había dado, no se besa en la frente a una esposa… pero estaba demasiado cansada para pensar con claridad y se durmió con la esperanza de que al día siguiente todo cambiase: estaría con él y ya no tendría miedo.
A la mañana siguiente se despertó con hambre y preparó un buen desayuno, Antonio había dejado  una buena provisión de alimentos. Saciado su apetito, se aseó, escogió un vestido bonito, se sentó a la puerta de la casa y se dispuso a esperar a su marido, que no debería tardar en llegar.
Miró el reloj, ya pasaba de las dos de la tarde y Antonio no había llegado, temió que le hubiese ocurrido algo, pero pensó que si fuese así  alguien la avisaría. Se  inquietó:
- ¿Y si nadie sabe que estoy aquí?
A mediodía, apenas comió un poco de queso y algo de pan  que había en la mesa, cada vez estaba más  intranquila. A media tarde oyó el ruido  de un coche y salió a toda prisa.
-  ¡Al fin llegaba  Antonio! –pensó.
 De una camioneta bajó un hombre joven, se dirigió a ella y preguntó:
- ¿Es usted la esposa de Don Antonio?
Intranquila, Alicia contestó que sí. El hombre se acercó y dijo con acento caribeño:
-  Don Antonio me manda le diga que es imposible pueda venir hoy pues se encuentra de viaje, llegará mañana a la mañana sin falta y le ruega le perdone usted.-
- ¿Ha estado usted con mi esposo? -  preguntó Alicia.
- No señora, ha mandado aviso por teléfono a la oficina y de allí vengo yo para decírselo a usted.
Alicia le dio las gracias a aquel joven, entró en la casa y rompió a llorar. Estaba sola, tenía miedo, Antonio no venía y volvió a preguntarse:
- ¿Qué esta pasando Antonio?-
Alicia ya estaba tomando café de la mañana siguiente cuando él llegó, pero esta vez no se levantó  al oír el  ruido del motor  del coche.
- Buenos días cariño, perdóname por no venir ayer, pero el viejo se demoró y fue imposible llegar antes.
Alicia supuso que “el viejo” era su jefe.
- Perdóname, te lo  ruego, te recompensaré por todo, te lo prometo-  se disculpó Antonio.
De nuevo, la besó en la frente y salió de la casa, no tardó en volver con una caja  con un gran lazo.
Alicia, en todo este tiempo no se había  movido del asiento ni dicho una sola palabra. Antonio le pidió que abriese la caja y ella lentamente se levantó, le quitó el lazo y, sacó un precioso vestido negro de encaje, había también un chal a juego, un bolso y unos zapatos.
Lejos de sentirse halagada, Alicia sintió vergüenza. En realidad ya la había sentido el mismo día de su llegada al verlo con ese traje tan elegante. Seguramente estaría acostumbrado a  ver  mujeres hermosas, con ropas y peinados  modernos. Ella,  por el contrario, vestía como una pueblerina, su ropa era anticuada y el pelo recogido en la nuca tampoco ayudaba.
- Tendré que renovar el vestuario e ir a la peluquería- pensó.
Por primera vez desde que llegó sonreía a su marido, y Antonio dijo feliz:
- Pasaremos aquí todo el  día, los dos solos y a la noche saldremos a cenar a un bonito restaurante, hoy empieza una nueva vida para los dos.
Fue un día muy feliz, Antonio  no cesaba de preguntar por los niños, sus padres, quería que le contase hasta el más  mínimo detalle. Él también le habló de su trabajo y de su jefe:
- Un gruñón muy rico- bromeó.
Pasearon por la hacienda abrazados como dos enamorados. Alicia deseaba hacer muchas preguntas pero, no se atrevió, quizás él le daría explicaciones de su mal comportamiento.
Ahora con su llegada cambiaría todo.
A la noche se arregló para salir a cenar, se  puso aquel precioso vestido, le quedaba  perfecto, recogió el pelo en un coqueto moño y se pintó los labios.
-  ¡Estás preciosa! -  exclamó Antonio tras un silbido.
- ¿Cómo has sabido mi talla?
- Fácil, hice que se lo probase una empleada de la tienda casi más flaca que tú -  dijo riendo.
Era cierto, había adelgazado mucho en los últimos meses. De nuevo sintió  vergüenza.
Cogió el pequeño bolso y subieron al coche.
- Cenaremos temprano y después te enseñaré la ciudad, de noche  es aún más bonita-  dijo él.
En el restaurante Antonio eligió el menú  por los dos, estaba muy contento  y le cogía la mano  de vez en cuando diciéndole lo feliz que estaba de tenerla allí con él. Alicia seguía callando sus preguntas: no  quería romper el encanto de aquella noche, como no había querido hacerlo durante todo el día. Ya tendrían tiempo para explicaciones más adelante.
Salieron del restaurante y dieron un largo paseo, Alicia se sintió cansada, nunca había caminado con unos tacones tan altos.
- Volveremos por el coche y regresaremos a casa -  dijo él-
A la salida de la ciudad, Antonio paró el coche junto a un puente, se apeó y abrió la puerta de Alicia invitándola a bajarse ella también.
- Ven, cariño, desde aquí hay una hermosa vista de la ciudad y también verás el río.
Miró desde el puente, era cierto: bajo sus pies  corría un río que supuso muy caudaloso  por el ruido del agua aunque apenas se veía nada. A lo lejos vislumbró las luces de la ciudad.
- ¿No es mejor verlo de día? Podemos volver mañana-  preguntó cansada.
Antonio la cogió por la cintura y la sentó en la barandilla del puente.
Fue una excusa para estar solos, este puente es muy romántico -  dijo él.
Alicia reía feliz, mientras Antonio la besaba por primera vez con pasión. Por un momento le pareció que lloraba… Sí, Antonio  tenía los ojos llenos de lágrimas y mirándola a los ojos, dijo:
- Lo siento, Alicia, lo siento mucho, perdóname.
Fue todo muy rápido. No tuvo tiempo a reaccionar, cuando se dio cuenta, Alicia ya estaba sumergida en las aguas de aquel río que hacía un minuto divisaba desde el puente.  ¡Antonio la había cogido por las piernas y empujado! Cuando por fin logró volver a la superficie, nadó  con fuerza en dirección a la orilla hasta alcanzar un arbusto bajo el puente. Se quedó muy quieta y en un acto casi irreflexivo, llena de pánico esperó a que Antonio arrancase el motor del coche y se fuese. Fueron unos minutos interminables, no podía creer lo que había pasado: su marido al que tanto amaba había querido… no, no  podía ser, pero… ¡Sí! la había tirado al agua, quería deshacerse de ella. Nadó hasta la orilla y agarrándose a otros arbustos logró, no sin dificultad, subir a la carretera.
Temblando de frío y miedo, se sentó en la acera ¿qué iba a hacer? Su marido la creía en el fondo del río, estaba en un país desconocido. Aquello no estaba pasando, solo era una pesadilla de la que despertaría pronto- pensaba aturdida. Pero no, era una realidad brutal. Pensó en sus hijos, tan lejos y ajenos a lo que estaba pasando. No entendía nada, no podía pensar con claridad, todo sucedía muy rápido. Pero que ocurría en la vida de Antonio para desearla muerta, era evidente que ella suponía un estorbo  para él ¿por qué motivo? ¿Otra mujer?
- Fue un error salir del río –pensó.
Se disponía a saltar del puente abajo  cuando unos brazos la agarraron y la bajaron al suelo:
- ¡No, no, no haga eso!
Era un desconocido, un hombre con una sorprendente dulzura la sujetaba fuertemente.
- Esa no es la solución  a los problemas por muy difíciles que  sean.
Alicia no podía articular una sola palabra, sólo temblaba y miraba fijamente a aquel hombre que con una cálida voz le decía:
-  Señora, está usted muy nerviosa, la llevaré a mi casa, no tema, puede confiar en mí, necesita quitarse esa ropa mojada y descansar.
¿La ropa mojada? Pensó el hombre ¿cómo es posible si no se había tirado al agua todavía? Nada le preguntó al respecto, le ayudó  a subir al coche y se dirigieron a su casa.
Alicia se dejaba llevar, ya todo  le daba igual. Sentía un gran dolor, pero no era dolor físico, apenas se había hecho unos rasguños, lo que le dolía era él, su marido.
- Antonio, Antonio-  susurraba débilmente, y se desvaneció.
Se despertó en una cama de una habitación que no conocía, recordó  lo que había sucedido e intentó levantarse. Allí estaba de nuevo aquel hombre que la había rescatado en el puente. Con él estaba una mujer, los dos le sonreían y trataron de calmarla. El hombre se sentó en la cama:
- No se asuste señora, solo queremos ayudarla, me llamo Leonardo y ésta es mi hermana Gladys, ella fue quien le quitó la ropa mojada y la metió en la cama con ayuda de Cloe, la chica de servicio.
Leonardo seguía intrigado por qué la ropa de aquella joven estaba mojada.
-  Bueno, ya  ella nos contará –pensó.
- Cloe le traerá el desayuno ahorita mismo -  dijo Gladys -  la mujer tenía la voz cálida y suave como su hermano. A Alicia le pareció buena gente y mirando a Leonardo, dijo con tristeza:
-  No debió usted salvarme, estaba mejor en el fondo del  río.
-  ¡No diga eso! - contestó Gladys  muy dulcemente-  la vida siempre vale la pena vivirla.
Cloe entró con el desayuno. Olía muy rico, a café recién hecho, pero Alicia les dijo no tener apetito, aunque entre los dos hermanos la animaron a comer. Después de asegurarse de que había comido algo, Leonardo se disculpó, tenía que atender a su trabajo, volvería a la hora de comer, su hermana y Cloe la atenderían.
-  Por  cierto ¿Cómo se llama usted? Preguntó Gladys.
-  Alicia, me llamo Alicia-  contestó.
-  Usted no es venezolana ¿cierto? Lo digo por el acento- volvió a preguntar Gladys.
-  Soy española -  dijo con  apenas un hilo de voz.
-  Descanse todo lo que quiera, no me moveré de su lado.
Se despertó a mediodía, su ropa estaba en una silla y Gladys le preguntó si deseaba levantarse, Alicia asintió con la cabeza. La buena mujer  le indicó que podía darse un baño antes de comer si lo deseaba.
- Me gustaría mucho, lo necesito, gracias- dijo Alicia.
Acostada en la bañera, pensó que se estaba comportando mal con aquella gente que la estaba ayudando y en cambio ella apenas  les había contestado cuando le hablaban, pero  sólo tenía ganas de llorar, sentía una pena infinita y solo pensaba en Antonio y todo lo sucedido. El baño la relajó lo suficiente  como para pensar con más claridad y lo primero que tenía que hacer era hablar con los dos hermanos y explicarles lo que había ocurrido.
Al llegar Leonardo a casa, fue a la habitación para interesarse por ella, Alicia miraba por la ventana:
- Se la ve  a usted  mucho mejor, Alicia, vayamos al comedor.
Ya en la mesa, Alicia les habló:
- Quiero pedirles perdón por mi comportamiento con ustedes, pensarán que soy una maleducada y, también darles las gracias por todo lo que hacen por  mí.
Los hermanos vieron como Alicia estaba a punto de echarse a llorar:
- No tiene que disculparse querida, lo hacemos gustosos, considérese en su casa y hable sólo cuando usted lo desee -  era Gladys quien hablaba.
Alicia, ya más serena se fijó en ella, era una mujer hermosa, de grandes ojos negros  y piel  morena, bronceada por el  fuerte sol de aquel país. Era también elegante, se le notaba en los gestos y en la forma de hablar. Lo mismo opinaba de Leonardo, se parecían mucho  y era atractivo, muy atractivo y muy alto, tendría sobre unos  cuarenta  y su hermana parecía algo mayor que él. Pensó en ella misma, tenía treinta y cinco años y aparentaba más edad que ellos. Eran muy educados y supuso  que no le harían ninguna pregunta, esperarían a que ella  quisiese hablar.
Tomaron el café en el saloncito contiguo al comedor y Alicia aprovechó ese momento para  narrarles lo sucedido:
- Voy a contarles lo que me ha pasado.
Los dos hermanos se miraron y Gladys le dijo dulcemente:
- No tiene por que hacerlo si no lo desea, es pronto y quizás le duela recordar.
Alicia levantando un poco la cabeza, dijo con amargura:
- No se preocupe por eso Gladys, duele siempre, no puedo pensar en otra cosa que en lo sucedido.
Les habló de su vida en España, de sus tres hijos, de Antonio y del motivo por el que había venido ella aquí. Con voz triste comenzó a narrar todo desde que descendió del barco hasta el momento en que Leonardo la salvó en aquel puente.
- Ahora comprendo el motivo de tener la ropa mojada antes de saltar al agua, eso me intrigaba -  pensó Leonardo en voz alta.
Gladys  al oír tan triste relato dejó la taza de café sobre la mesa y sentándose  al lado de Alicia, la abrazó llorando:
-  Pobre Alicia, cuánto debe de sufrir usted.
-  Aquí está segura, vivirá con nosotros y poco a poco hallaremos una solución a sus pesares. No está sola, Alicia – dijo Leonardo intentando tranquilizarla.
-  ¿Qué motivos pude tener un esposo para intentar deshace…?
-  ¡Gladys! -  exclamó su hermano.
- No se preocupe, Leonardo- dijo Alicia y dirigiéndose a Gladys continuó:
- ¿Qué motivo tendría para deshacerse de mí? No lo sé, al principio, pensé que no le irían bien las cosas, que tal vez malvivía en aquella casucha a la que me llevó y le daría vergüenza, pero no creo que sea eso, por  que nos enviaba mucho dinero. Lo cierto es que no sé que pensar.
- Alicia ¿podemos hablar sinceramente?- preguntó Leonardo.
- Por supuesto, merecen saber toda la verdad.
Volvió a preguntar el hombre:
- ¿Ha pensado que puede haber otra mujer?
- Ahora eres tú el indiscreto, querido hermano-  dijo Gladys.
Alicia sonreía tristemente:
- Fue lo primero que pensé cuando dejó de escribirnos y por eso decidí venir, para saber qué estaba pasando.
Después de un largo silencio Alicia volvió a hablar:
- Pero si ese es el motivo, podíamos hablarlo, me conoce bien, yo regresaría a España junto a mis hijos, él sabe que no lo contaría nada a nadie sobre su vida aquí.
- No se torture más –dijo  Leonardo-  como le he dicho antes, encontraremos una solución,  ahora descanse, lo necesita.
En ese momento entró Cloe con más café y entre sollozos, dijo:
-  ¿Desean más café los señores?
 - Cloe, Cloe, no se escucha detrás de las puertas-  le regañó Gladys.
La joven rompió a llorar y salió del salón avergonzada, Leonardo se disculpó:
- Perdónela, es buena chica, pero muy curiosa y usted para ella es todo un misterio.
Los tres rieron.
Con el transcurrir de los días, Alicia pudo comprobar que Cloe era una joven dulce y buena, que debía de sentir por ella una gran pena al saber su historia y se desvivía por atenderla. Alicia pensó que la bondad de los dos hermanos debía de ser contagiosa. Sonrió. Si, Alicia empezaba a   esbozar  alguna sonrisa. Llevaba una semana en aquella casa, cuando Gladys le comentó:
- Alicia, necesita usted comprar ropa, a la tarde iremos de  compras,  ¿le parece?
Era cierto, sólo tenía el vestido negro  que le había comprado Antonio  y todos aquellos días  le había prestado Gladys su ropa, también estaba sin documentación ni  dinero pues su bolso había quedado en el coche de su marido aquel horrible día.
- Siento las molestias que  les estoy causando, pero les prometo que algún día, no sé cuando, pero les pagaré todo lo que hacen por mí- dijo Alicia  mirando a Gladys a los ojos.
- No tiene nada que pagar, usted necesita ayuda y nosotros lo hacemos gustosos-  contestó la buena mujer.
De repente, Alicia sintió pánico:
- Gladys, no puedo salir de casa, tengo miedo.
- ¿Miedo de qué, hija? Preguntó Gladys asustada.
- Quizás tenga la mala suerte de que me vea mi marido- contestó mientras se sentaba en un sillón y temblando continuó-  soy incapaz de salir de casa, no puedo.
- Alicia la ciudad es muy grande, es difícil que pueda encontrarla su esposo- Gladys trataba de tranquilizarla- haga un esfuerzo, no va a encerrarse en casa, no es bueno.
- No puedo, no puedo- repetía Alicia sin dejar de temblar.
- En ese caso, iré yo sola y le compraré todo lo necesario ¿le parece, Alicia? Pero tendrá que confiar en mi criterio-  le sonrió Gladys.
- Seguro que todo estará bien, perdóneme Gladys- contestó mientras se encogía en el  sillón y bajaba la vista, avergonzada.
 Estaba  en su dormitorio terminando de vestirse cuando llamaron a la puerta, era Cloe, llevaba un  jarrón con  preciosas flores-  siempre tenía flores frescas en su habitación-
- Que hermosa está señora  Alicia, ese traje le queda divino- dijo Cloe sinceramente.
- Buenos días Cloe y gracias, siempre eres muy amable.
Cuando la joven salió, se miró en el espejo y comprobó que era verdad, estaba guapa, Gladys le había surtido el armario de ropa maravillosa  que  naturalmente ella nunca había tenido, una peluquera vino a casa y le cortó el pelo tal y como estaba de moda, incluso había comenzado a maquillarse, por no contrariar a Gladys, pues  ella seguía sin poder salir de casa.
- Nada que ver con la pueblerina de cuando llegué-  pensó,  mientras  se miraba en el espejo una y otra vez.
Pero aquella “pueblerina” tenía ilusión y esperanza-  se dijo a si misma-  ahora estoy muerta por dentro, por muy hermosa que luzca por fuera. Pensaba en sus hijos, dudaba si debía escribirles, desconocía  que noticias tendrían de ella y a  sus suegros, Sara y Rafael ¿qué les habría contado su hijo?
Leonardo había dicho que investigaría a  Antonio, trataría de encontrarlo para después actuar en consecuencia. Alicia le dio todos los datos que tenía sobre su marido, es decir,  el domicilio a donde ella enviaba las cartas y el nombre  de la hacienda en la que había estado, eso era todo lo que ella sabía.








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